10:48 - Viernes, 8 Septiembre 2023
Anoche soñé
Totum revolutum

Están los autores originales, y después los ratones de biblioteca, que van leyendo, haciendo acopio… y al fin haciendo suyo lo ajeno. Como los chorizos corrientes, pero en ilustrado y con gafas. Como los malos profesores (los de antes y los de ahora). Los archivos están llenos de tesis, tesinas y proyectos de doctorado que no son sino un totum revolutum de empeños ajenos. Luego ya está internet, por si a los falsarios -entre los que está prohibido mentar a los difuntos- no les bastara.

De ahí salen los grandes divulgadores. Bryson o Rodríguez de la Fuente, dos buenos ejemplos, han aclarado que lo suyo no es obra original, que es mucho aclarar y muchísimo que reconocer en los tiempos que corren. Otros, los neo-científicos, los neo-poetas y en general los charlatanes, van por la vida luciendo una originalidad robada, y la gente tragándose el embuste. Gracias a la credulidad general, y a la falta de interés por casi todo, sobreviven especímenes como nosecuantitos del Amor y demás astros del monitor. Si no, ni con vaselina.

Euclides, Newton, Einstein, Hawking… Ellos establecieron el marco de referencia, en un viaje hacia lo abstracto que los humanos corrientes tardaríamos varias vidas en comprender, y tampoco. Bolzano y Spinoza, a remolque de aquellas sesudas abstracciones, convirtieron la integral en bocadillo comestible, para el disfrute colectivo.

Escoffier, Bocuse, Arkaz, Subijana, Adriá, … A ellos se les ocurrió mezclar lo que nadie antes había mezclado, y jugar con temperaturas, texturas, sabores y crocancias como a nadie se le había pasado por la cabeza poner a prueba. Como los poetas, que basan su arte y su tempo en hacer vecinas palabras que no se conocían entre sí. Claro, después han venido otros en tropel a deconstruir cosas, presos entre la estrella y la pared.

Magallanes, Colón, Heyerdahl, Amundsen, Lindbergh… Ay, navegantes. Qué intrepidez ¡o qué hambre! puede sacarte de casa rumbo a los abismos ciertos, o las peripecias inciertas de lo ultramarino. A la sombra de los héroes, surcan las olas y los cielos nuevos balandristas, con floridas indumentarias y hasta vehículos a motor. Pasa lo mismo en la nieve: del esquimal que se come crudo a un pariente, pasamos al tontaina del abalorio multicolor, y este desplante o este quiebro los hago así porque así es como luce mejor mi pelo.

Velázquez, Vermeer, Sorolla… tal vez Pollock o Picasso. Con los ordenadores y los programas adecuados en manos de cualquiera, el mundo ha conocido la mayor invasión de diseñadores gráficos de la historia. También de pintores, de todos los estilos. Hay que ver cuánto talento sobrevenido. Y qué dominio de la tecnología: corto de aquí, copio allá, pego acullá… y ya.

Como todos estos impostores, y otros, el ratón de biblioteca es una especie en sí mismo. Lee, se documenta e ilustra, bebe en las buenas fuentes, y después nos obsequia con su conocimiento. A veces no cobra por ello, pero de un modo u otro, este tipo de erudito sabe poner precio a su infamia, consciente de que la estupidez colectiva, además de ser eso, medio mema, no sabe qué hacer con el dinero.

Los socios irrenunciables del ratón de biblioteca son los programas y aplicaciones de inteligencia artificial. Esto, la verdad, se me acaba de ocurrir. No porque crea que la IA es la antesala del infierno, sino precisamente, por lo contrario: porque confío a ciegas en que serán esas llamas abrasadoras las que, después de todo, enderecen la demografía y nos devuelvan la inocencia.

Fotografía de portada de www.freepik.es

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