9:00 - Jueves, 18 Enero 2024
Bendita tecnología

No buscamos ese lugar indefinido entre Pinto y Valdemoro, entre Rota y Sanlúcar, entre Praga y Leipzig. No. En realidad no buscamos otra cosa que definir un estado de ánimo.

¿Cómo se está realmente entre zen y muri? Entendiendo por supuesto que estos términos no son propiamente estados de ánimo, sino conceptos-código construidos sobre la lengua en la que se inventó el jardín japonés. Una cosa tan impenetrable como tentadora.

Esta búsqueda que no es tal búsqueda nos viene particularmente bien para sopesar las diferencias agudísimas entre un estado de gracia (zen) y otro de desgracia (muri), porque tradicionalmente cuando el género humano no ha conseguido explicar algo, ha terminado haciéndolo a través de una larga palabra en alemán, por ejemplo nahrungsmittelunverträglichkeit, verschlimmbessern u otras que generó esa lengua tan expresiva para inventar la filosofía moderna. Por otro lado, y aunque parezca mentira, también hemos llegado a acuerdos universales a lomos de breves y enigmáticos códigos en japonés. Se dirá que no, pero es así.

Como no vamos a saber absolutamente nada sobre cómo se está entre muri y zen, porque en japonés no está muy claro cómo se dice normal, o regular, será mejor que le echemos un vistazo a neologismos tan resultones como Kaizen y Kanban, que escapan a toda convención, a cualquier atadura, y se adelantan al menor reproche con sus sólidos chasis conceptuales, germen de sintaxis superlativas. Kanban se ha incorporado tranquilamente a los ambientes más tequi, sin que nadie hasta el momento haya levantado la voz en contra.

Hay un producto de Aktios que se llama Kaizen, un producto brillante que dará mucho que hablar y que los clientes de los distintos sectores tecno y otros devotos del código binario deberían conocer y estar ya disfrutando a fondo.

Kaizen, como Kanban, es un neologismo de síntesis. Ambos arrancan en Japón, donde los especialistas en procesos industriales no terminan de comprender que los responsables del diseño formal son otros, del mismo modo que los diseñadores provenientes de campos artísticos siguen sin aceptar que los ingenieros no son ellos. Y como el alma está en la forma, o tal vez era la forma la que estaba en el alma, pues miel sobre hojuelas. Es todo una pura reverencia. La salida del sol, como el ejercicio de planchar una camisa o laminar un champiñón, se acompañan en Japón con una sonrisa y una reverencia. No es fácil saber si la cosa ha ido bien o ha ido mal. En esta confusión es como nacen (en Japón, para todo el mundo) términos que terminan calando. Mirad si no cómo vamos todos aprendiendo las sutilezas del cuchillo: hoy día, quien no se hace su propio sushi es porque no quiere.

Kaizen habla de mejora continua, de perfeccionamiento diario y gradual, de pequeños cambios que conducen a la gran metamorfosis. Y aquí todos los aspectos están interrelacionados, o forman parte de una misma totalidad: la vida social, el entretenimiento, la amistad, el esfuerzo, el aprendizaje, la recuperación de una resaca o los negocios. Todo es uno, y cualquiera de sus facetas, por suficiente y próspera que resulte, es susceptible de poder mejorarse, desde las prioridades estratégicas a las más insignificantes operaciones diarias. ¿Cómo? A través de la filosofía Kaizen.

Su raíz industrial se ha extrapolado a cualquier actividad, aunque el fenómeno se originó después de la II Guerra Mundial para recomponer el tejido fabril de los perdedores. Un planteamiento original del uso del tiempo, la energía y los recursos se desarrolla al ritmo de las necesidades, hasta desembocar en un modelo de producción -que incluye sesudas teorías sobre productividad-, calidad o eliminación de todo desperdicio.

Para esa difícil meta de producir lo necesario, en las diversas declinaciones de “qué”, “cuándo” y “cuánto”, dos elementos concentran la reflexión sobre el desperdicio y cómo evitarlo: el uso cabal del tiempo y la eliminación de cualquier redundancia en los procesos. Y se definen tipos concretos de desperdicio, que malgastan recursos, causan fatiga innecesaria y de una manera o de la opuesta se desvían de la necesaria satisfacción del cliente. Muda, que es una verdadera colección de desaciertos en el aprovechamiento de las cosas, y Mura, que representa la irregularidad y la complejidad innecesaria resultado de una mala planificación, llevan con frecuencia al estado Muri, que es el corazón de lo irracional, el apaga y vámonos de la gestión de procesos. Si utilizamos algo en régimen Muri, más allá de su capacidad, es probable que lo rompamos, que superemos su resistencia hasta inutilizarlo. Si no se trata de engranajes o máquinas, sino de individuos, la dieta Muri, además de intolerable será una sentencia de muerte para el propio sistema. Lo dijo Enzo Ferrari, aunque probablemente lo dijera en modenese.

Estas catástrofes pueden tener un arreglo: se llama Kanban, una metodología imprescindible para la práctica del Kaizen, dado que facilita la toma de decisiones basada en datos. Su esencia es que corrige los desequilibrios y desencuentros de un proceso mal diseñado o excesivamente complejo. Todos sabemos que la incompetencia se guarece mal detrás de la sencillez, y por eso busca artificio y una cobertura de laberinto o fingida dificultad. Kanban destierra eso y propone transparencia. A la luz de las enseñanzas de la producción industrial, Kanban disuelve los cuellos de botella, las concentraciones de esfuerzo anormales o dañosas, pero también la opacidad y el fingimiento.

Desplegada de forma natural, la metodología Kanban se parece en cierto modo al mapa del novelista, al collage del investigador criminólogo. Es pura gestión visual, es una pizarra donde se representan y actualizan las tareas en marcha, con sus flujos de trabajo, necesidades logísticas y estado de cada proceso. Las tareas entrantes ingresan en columnas vacías, sin oprimir ni exprimir las que ya están en marcha.

Basado en la transparencia y la adaptabilidad, el método Kanban delata las cuellos de botella y los desequilibrios en el reparto de tareas, pero también los posibles caminos de mejora. Por lo tanto es una herramienta muy útil para que los miembros de una organización puedan hacer un seguimiento detallado de cada etapa de la acción colaborativa.

No es ninguna tontería reclamar un poco más de Kanban en nuestras vidas. Más zen, menos muri. Y dosis masivas de Kaizen, por prescripción facultativa.

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