Sí, Yammer. Suena a martillo, y suena a inmediatez. Seguramente no pretende invocar ninguna de estas dos cosas, sólo es que la ingeniería de inventar nombres se satura de forma cíclica y en consecuencia los especialistas en ello salen expulsados del sistema, rumbo a una hamaca en la Liguria, para retornar al mundo del hallazgo de nombres tiempo después. Yammer, ahí queda eso.
En palabras de un interlocutor cercano, Yammer es “algo así como una especie de Facebook, pero interno”. Una especie de Facebook… y además interno. Mmmmm. No sé si lo de que sea interno resuelve del todo el enigma que FB supone para este pobre mortal. No concibo ninguna utilidad para este libro de caras fuera de los círculos cercanos, como los relativos a las aficiones o los equipos de trabajo. Desde luego, que sea una especie de Facebook no resuelve nada. No querría confesar el número de veces que alguien ha intentado esclarecer para mí este asunto sin el menor éxito, pero el número de intentos no cabe en dos dígitos. Menos mal, por cierto, que Facebook ya no está de moda.
Un occidental corriente, un ciudadano que no tenga prejuicios y en cambio sí buen paladar, ve un jamón bueno y sabe a qué atenerse. Aunque sea un pernil de cuerpo entero, cetrino y mal envuelto… ¡aunque falte el cuchillo! Frente a ese espectáculo de la bellota hecha carne, cualquiera en su sano juicio se imagina ya el jamón loncheado, depositado con mimo y orden en la superficie de un plato. Prueba de ello es que las glándulas salivales empiezan a trabajar sin hacerse preguntas, y los ácidos gástricos se preparan en armonía para la fiesta. En resumen, una inteligencia corriente sabe qué hacer con un jamón. Todo lo que en una buena pata bien curada pueda haber de abstracto, se sustancia pronto en algo bien concreto.
Probad en cambio con Facebook. La visión de esa pantalla me produce lo que supongo produce a muchos la visión de un motor V12, o de un Komet K88. Yo sabría muy bien qué hacer con un Matra V12, del mismo modo que sabría qué hacer con un buen jamón, pero no puedo esperar que a la población general se le despierten las papilas de la curiosidad con esa visión metálica llena de tubos. En casos muy raros, es cierto, los brutales escapes cromados o zirconados de un Matra, un Ferrari o un BRM V12 han inspirado a músicos -George Harrison grababa su sonido- y a artistas plásticos de toda calaña, por sus formas pintorescas. Pero el común de los viandantes experimenta hacia estos objetos una mezcla de indiferencia, extrañeza y aversión: son productos industriales, hacen ruido, expulsan calor y gases, y manchan. Nada más.
Facebook es para mí el paradigma de lo abstracto. Ignoro qué es, para qué sirve, qué significa, cómo se utiliza, o qué beneficios añade a una buena charla en la sombra refrescante de un parque. Incluso a una buena llamada telefónica, llegado el caso. Y por supuesto, me extraña el enorme interés que suscita, o suscitaba. No tengo por qué comprenderlo, claro está, por la misma razón, antes referida, a propósito de los motores BRM. Tampoco comprendo la afición a muchos deportes, el desdén hacia la escala frigia o la preferencia por las series de televisión frente a la recolección de setas.
A los motores V12 se les atribuyen pocas cosas que podamos lamentar, salvo que en alguna ocasión ha sido el impulso de uno de ellos el que ha llevado a alguien a la muerte. Voluntariamente, todo sea dicho, y esta es una verdad más poderosa que la cilindrada, potencia o arquitectura del motor en cuestión.
A Facebook, en cambio, pueden reprochársele algunos inconvenientes. Sin hablar de los relativos a la seguridad, pues cuántas veces los usuarios han perdido su intimidad, la seguridad de sus datos o el dominio sobre su propia identidad…, sí se sabe que esa especie de promiscuidad que consiste en compartir presentes y pasados, andanzas, aficiones o amig@s, ha hecho retumbar a menudo el sosiego de nuestros mayores y los cimientos de numerosas convicciones.
Recuerdo las vivencias deplorables de amig@s que alguna vez emprendieron la búsqueda activa de viejos conocidos, compañeros de estudios o de trabajo, novi@s, amantes ocasionales o antiguos camaradas del deporte, la biblioteca o la política… total para comprobar que nadie era ni una sombra de como se le recordaba. Y total para, con un poco de mala suerte, recuperar una relación que estaba (bien) enterrada por su propia naturaleza.
Se sabe, por ejemplo, que hay una proporción significativa de la población adulta -significativa, por escasa que sea- que ha tirado por la borda su vida actual, ha quemado las naves o se ha vuelto del revés a causa del chisporroteo tontorrón de un reencuentro a través de FB. Decir esto es muy anticuado y estaba por no decirlo, pero he visto sufrir mucho a much@s por estas cosas del desamor sobrevenido, y que haya sido a la salud del inventor de Facebook me produce un impulso destructor que a duras penas consigo contener. Porque el señor en cuestión tiene ya de por sí una especie de vileza adosada e inexorable, pobre hombre.
Aprovechando la ocasión, trataré de que mis compañer@s de Aktios me ayuden a salir del desconocimiento, pero ya he dicho que lo ignoro todo sobre FB. No sé qué es, cómo se utiliza, para qué sirve, ni consigo reconocer qué añade a los vínculos humanos de la vida real. Cuando he intentado comprenderlo, solo o con ayuda de expertos, pero siempre en vano, no es sólo que no haya sido capaz de acercarme a su arquitectura, procedimientos o rituales, que por supuesto no ha habido manera. Es, antes que nada, que el asunto parece sospechosamente simple, y cuando algo parece demasiado sencillo, en ocasiones hay truco y la cosa es compleja. Me extrañaría tanta sutileza, teniendo en cuenta la catadura del tipo que inventó el FB.
Resulta que uno puede comunicar permanentemente sus ocurrencias, opiniones, imágenes o experiencias (como pasa con otras redes) a un número determinado de contactos, o bien al mundo entero, dependiendo del tipo de filtro. Hay un muro, que no se me alcanza qué puede ser. Hay, dependiendo también de esos mismos filtros, el riesgo de que, en ese mismo foro, a uno lo pongan a caer de un burro por lo que opina, lo que hizo ayer, lo que prefiere o lo que acaba de desayunar. Por supuesto, nuestros amigos serán los amigos de nuestros amigos, quedarán entre ellos y, con un poco de mala suerte, ni siquiera nos incluirán en sus planes. Todo ventajas. O a lo mejor esa exclusión es para bien, eso nunca podrá saberse.
¿Cuál es la fuerza de la naturaleza, o de los abismos tenebrosos, que hace que alguien pueda estar tan interesado en las peripecias del prójimo, si no es por un motivo justificado y concreto, por ejemplo los relacionados con la seguridad de las naciones? Esa es la parte que no comprendo, o la parte que comprendo incluso menos. No es a qué botón tengo que darle; es para qué, con qué expectativas y costes.
Pues lo mismo pero en interno y, por lo tanto, acaso redundante. Eso es Yammer (o era: ahora se llama Viva Engage) y con esa noción difusa me quedo.
Fotografía de portada de Geoffrey TRÉMOREUX-Matra Museum
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