Decía el maestro yogui con el que practiqué cocina indostaní que los grandes problemas no pueden ni deben ser resueltos de sopetón y de forma global, del mismo modo que los faisanes no se ingieren de un golpe, sino poco a poco, empezando por las partes más sabrosas, delicadas y manejables, para después ir entrando en materia.
Con los grandes problemas sucede algo muy parecido. Nada de meterles mano a lo bestia, en su conjunto, como quien se tira debajo de un camión para arrancarle las entrañas. Por cierto, el maestro coincidía con el descuartizador de Rostov en que, para abordar un problema que no conseguimos abarcar con las manos, no hay nada mejor que fraccionarlo, descomponerlo en partes, “bocados” o trozos.
Hoy he tenido la oportunidad de practicar esta ceremonia tan tántrica de ver de cerca al coloso amenazante, respirar normal ante sus fauces, mirar con desdén al horizonte y decir por lo bajo: “bien, muchacho, primero el bisturí”. Mientras me desesperaba con esos y otros problemillas técnicos que voy resolviendo como buenamente puedo, se ha presentado en el correo, a voces y con fanfarria, el Tempo Time Sheet. Es como cuando estás operando una hernia cervical, enhebrando una aguja o reparando una cinta de cassette en un autobús atestado, y un niño nervioso te tira de la manga y te pone la cabeza como un cesto al grito de “¡¡y de lo mío qué, y de lo mío qué!!”
Prioridades, siempre prioridades (ahora que recuerdo, tengo que hacer una llamada urgente).
Hecho. Decía que establecer prioridades equivale al éxito en la especialidad logística y organizativa. Una buena directora de Producción (l@s mejores suelen ser mujeres) tarda un suspiro en reconocer qué es lo importante, qué lo urgente, qué cosa es imprescindible, inaplazable, y a quién se le puede mandar a un recado. Eso entraña también la habilidad de dirigir equipos humanos con pericia, diligencia, mano izquierda y sentido de lo que es justo, elegante y adecuado. Cuando todo el mundo se siente útil, pero no explotado, respetado y no ninguneado, las cosas funcionan de maravilla.
El Tempo Time Sheet se ha presentado en el correo: tengo no sé qué número limitadísimo de horas para arreglar algo también relativo a horas empleadas, invertidas, asignadas o imputadas, en un panel que cuando lo abro ya no es como era
Me he ido de caña. El viento o las corrientes, sin duda. Tempo Time Sheet, decía. Se ha presentado enorme en el correo: tengo no sé qué número limitadísimo de horas para arreglar algo también relativo a horas empleadas, invertidas, asignadas o imputadas, en un panel que cuando lo abro ya no es como era, porque mi sistema de repetición para la construcción de hábitos me hizo ver cómo era y me advierte de que, al no ser como lo recuerda, es que hay un problema. Algún punto más habría venido bien, pero la sensación ha sido esa: un desencuentro sin respirar.
¿Dejo de resolver lo que estoy resolviendo y es importantísimo, para meterle mano al TTS? ¿Es realmente inaplazable lo que estoy haciendo? ¿Acaso lo es, o lo es en mayor o menor medida, hacerle caso al Tempo, que parece que si no se va a hundir el país? Por eso existen las directoras de Producción, con algunas de las cuales he trabajado tan requetebién… y también l@s interlocutores/as al otro lado de un Outlook o un Teams.
No era tan difícil. Con la ayuda experta que se me ha ofrecido casi de forma espontánea (¡gracias, Estíbaliz!), hemos liquidado el obstáculo de las horas y satisfecho las demandas del TTS hasta el próximo envite. Qué apocalíptica y conminatoria les ha salido esta aplicación, programa, sistema o procedimiento. ¡Aktios, por favor!
Ahora ya sólo queda el desafío insignificante de continuar con las dificultades en el punto en el que las había dejado. Y es el momento, otra vez, de comprobar si las rutinas de aprendizaje mediante repetición, tan del Plan del 57, sirven o no sirven. Para cerciorarme pruebo siempre con la tabla periódica, que es más abordable que la de los logaritmos, pero siempre se me olvida el Francio. Una resistencia natural que debo tener hacia algo relacionado con Francia, con lo bien que me caía Lavoisier y la indignación retrospectiva que me produce su decapitación, a dos minutos de resolver cosas tan fundamentales de la Química y sus misterios.
Por no hablar de este aprecio casi enfermizo por el automovilismo francés, Le Mans o las ostras de Isigny, especialmente las de la Baie des Veys, de cuya existencia no habría llegado a saber sin la ayuda de Sylvia Langlois.
Fotografía de portada cortesía Archives ACO (https://www.lemans.org/)
Añadir nuevo comentario